
Sé que la gente que sufre de los huesos (como mi chache) ansía el calor para aliviar sus dolores, pero yo ando cabreado casi permanentemente.

Agosto es otra cosa: la mitad del personal (que es mucho), se pira de la ciudad. Se puede circular, APARCAR, ir al cine, restaurantes, de compras... Recuerdo los agostos de esta ciudad invivible en los años 70, cuando te cerraban la panadería, el quiosco, el mercado, e incluso se editaba una guía para comer de menú durante agosto porque cerraban casi todos los restaurantes (de ahí la expresión "hacer el agosto"). Esas alarmas nucleares ya no existen, empezando porque antes se iba la banda un mes y ahora quince días como mucho. De todas formas, se nota.
Luego viene septiembre; eso ya me gusta más. Aunque el sol pica todavía durante un período que suele venir justo después de cerrar las piscinas, las noches son más largas, se refresca algo el ambiente, hay menos gente si vas a la playa... claro, que te pueden tocar las tormentas de Levante, la gota fría y esas cosas que, si te pillan en Baleares, te hacen sentir lo que es la insularidad, o sea, lo de no poder huir.
En fin, cada uno lo pasa como buenamente puede. Recuerdo los veranos en mi casa, buscando el chorro directo del ventilador, aguantando con la casa a oscuras (el aire acondicionado era una entelequia como ir a Marte ahora mismo), viendo LA tele, esperando a que aflojara la canícula, leyendo tebeos una y otra vez, y de vez en cuando, íbamos a la piscina municipal; o si no, al río. Para que luego digan algunos puristas que la vida moderna es anti-no-sé-cuántas-cosas.
Disfruten, que el verano es largo como un día sin pan o un domingo sin salir.
Nota: las fotos son mías. Lo digo por esos que investigan y cuyo jefe puede acabar en el trullo. Ya saben...
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