lunes, 17 de octubre de 2011

Luis Martínez Gil, el Señor Luis.

Esta es una entrada muy particular, y solamente algunos entenderán el porqué de hacerla. A veces, con los años, uno parece volverse filósofo y relativizar las cosas. Por otro lado, precisamente por causa de la experiencia, uno aprende que cada cual está en su sitio. Se puede vivir nadando y guardando la ropa, se puede vivir lamiendo culos o se puede uno enfrentar a la vida, a los poderosos, a los malos (¿por qué no decirlo?) y por consiguiente llevarse hostias, que te partan la cara y a veces algo más. Pero te vuelves a levantar, aprietas los dientes, te cagas en sus muertos y sigues tirando porque la vida es bella pero es muy dura. Y la esperanza es lo último que se pierde.
Ya sé que hacía muchos años que no jugábamos al ajedrez (nadie como él para mover la reina dándote leñazos y diezmándote tus defensas), pero aún recuerdo que me felicitaste cuando de tres partidas gané una e hicimos tablas en otra. Con el dominó nunca hubo manera...
No se me olvidarán nunca las charlas que teníamos a última hora de la tarde durante tantos veranos, en la que me contabas anécdotas de la guerra. Parece que te estoy viendo colgando mandarinas con un hilo en un arbusto y luego vacilar a los turistas, diciéndoles que probaran, que era un cultivo especial de la zona. Y ya no te digo, las técnicas utilizadas para "disuadir" a perritos mal educados de que aquella calle no era sitio para que vinieran a aliviarse.
Luis Martínez nació en Tabernas, Almería. Con 17 años, se enroló con Durruti y estuvo pegando tiros en la Universitaria de Madrid. Anda que no pasó frío. Después, traicionado como todos los anarquistas, les relegaron a Aragón, para acabar en la batalla del Ebro. Antes de morirse Franco fue él el primero que me contó que al abrir las compuertas del pantano de Mequinenza, las aguas y todo lo que arrastraban se llevaron por delante a cientos de soldados republicanos. Pero eso era algo oculto, que no pegaba con las historias oficiales. Al acabar la guerra, pasó por un batallón disciplinario. Trabajó en la construcción del Bernabéu, ya ves, codo con codo con los que tuvo enfrente en las trincheras. Y en los 60, harto por enésima vez, con tres hijos y la Sra. Matilde, se fue a Francia a trabajar y cambiar de vida. Vivían en la calle de Juan Antón, mira por dónde, a un paso de donde nosotros vivíamos en Madrid.
Mañana le rinden el último homenaje en el cementerio de Saint Maurice de Beynost, no lejos de Lyón. Y como dice su hija pequeña: "Pas d'eglise", que los curas nunca le cayeron bien. ¿Por qué sería...?

Saint Maurice y Madrid están muy lejos, pero estaremos siempre muy cerca, Sr. Luis.

Paqui: gracias por la foto.

lunes, 10 de octubre de 2011

La mierda la boda...

Es que hay veces en las que uno pasa de la corrección o de parecer más o menos educado (que yo también me eduqué enfrente de un colegio de pago...) y no le da la gana dar vueltas al título, porque es lo primero que surgió y porque además es lo mejor define lo que uno siente.
Yo no hablo del grémlin y el funcionario y todo el rollo que los cobistas, pelotas, rastreros e interesados (prensa teóricamente seria incluida) han estado montando con el tinglado. Yo, personalmente, a todo aquel que se casa le deseo lo mejor, pero es que este espectáculo rancio (por viejo), casposo y retrógrado, con los representantes de esa nobleza española que no sirvió jamas para modernizar el país ni para mejorar la vida de los demás me ha dado asco; y dicho esto, pasamos a la mierda de la boda (con perdón).

Resulta que en Robleluengo, y desde antes de la puesta en marcha del reciente plan de desarrollo de la comarca, con declaración de parque natural incluida, hay un hecho que se repite con demasiada frecuencia últimamente: las bodas en la pequeña iglesia del pueblo. Para casarse allí hay dos vías:
1-  contratar la boda a través de una empresa que hay en un núcleo próximo o
2-  contratarla a través del cura adjudicado (me imagino que por el arzobispado de Sigüenza).
En las bodas, ya se sabe lo que pasa: los novios están a lo que están y entre los invitados hay quienes consideran que pueden y deben comportarse como energúmenos. Una tradición, de origen indio al parecer, consiste en arrojar a los novios un puñado de arroz. He de reconocer que yo he gamberreado y he tirado (a dar) fideos y hasta macarrones, pero en el pueblo, el arroz que no se barra se lo comen los pájaros y las hormigas. La boda se acaba, los novios y los invitados (con energúmenos incluidos) se piran a emborracharse al restaurante con el que han contratado el banquete y allí se quedan todas las porquerías modernas que han tirado: confeti, restos de petardos, pétalos de papel o de tela, corazoncitos de papel aluminio que vuelan y vuelan... material no degradable y desagradable. ¿Quién limpia toda esa porquería...?
Pues también hay dos opciones:
1-  la empresa suele mandar (al día siguiente o al otro) a una persona a barrer y llevarse todos los restos.
2-  la otra opción es la que me enciende: nadie. Cuando los novios contratan la boda aparte de la celebración, el señor cura (que cobra lo que cobra) pasa de mandar a nadie a limpiar eso; y ¿qué pasa? : pues que los vecinos se remangan, cogen sus escobones y se ponen la limpiar la porquería que han dejado otros.
A mí, mi madre siempre me dijo que "no es más limpio quien más limpia, sino quien menos ensucia" y no entiendo la obligación de manchar algo tan bonito, tan cuidado y tan querido como es nuestra plaza y nuestra iglesia (nuestra sí, que pagamos la luz los de la asociación, no el arzobispo).
Hay gente que viene al pueblo a la boda desde más de 100 kms y resulta que son incapaces de dejar el coche fuera del pueblo y pretenden llegar hasta el mismo altar, dejando el coche en la plaza y saturando el espacio público. Además de hacer ruido, tocar la bocina y salir despendolados, tiran porquerías y se van. El negocio se lo llevan otros y la limpieza la hacemos nosotros... ¿para qué quieren los vecinos bodas?

De momento, yo voy a pedir a la asociación que el ayuntamiento de Campillo (o la asociación) ponga una señal de tráfico de "circulación prohibida" y como poner carteles en la puerta de la iglesia no sirve para nada porque o no saben leer o no entienden el castellano, pido una acción decidida por parte del ayuntamiento: que cobre una fianza por la limpieza. Si no limpian, que se quede la tela el ayuntamiento y lo use para dar un salario a alguien del valle que lo necesite.
Solo sé que cuando llegue la primavera y hagamos la limpieza me acordaré de todas las putas bodas que han dejado nuestras rejillas y desagües llenos de papelitos, confetis y demás porquerías...
como vuelvan a dejar la plaza sucia...http://www.youtube.com/watch?v=2Vss3avr0cs



Disfruten.