martes, 16 de junio de 2009

Una tontería

Se cumplió el pasado domingo día 14 de junio (cumpelaño felí, cumpelaño felí…) el vigésimo séptimo aniversario de la finalización de la Guerra de las Malvinas. Me imagino que alguno pensará que también se cumplen años de otras cosas (mi bicicleta plegable BH, sin ir más lejos) pero es que durante este conflicto yo estaba haciendo la mili. No tiemblen, que no voy a contar batallitas. Pero es ilustrativo de en qué manos podemos llegar a estar.

Durante este impagable (y mal pagado) período de la vida de todo hombrecito de provecho de la época, uno aprendía cosas que le servirían para el futuro. Además de aprender a escaquearte, a hacer que hacías, a desarrollar un radar de desaparición cuando te buscaban y a sobrevivir y convivir con la mugre física y humana, uno aprendía que la mayoría de los mandos militares españoles (o al menos los que me tocaron en gracia) no tenían ni idea de nada. Y por nada, quiero decir NA-DA, ni de su oficio ni de hacia dónde se encaminaba el mundo o la sociedad española en particular.

La guerra de las Malvinas comenzó y terminó estando yo destinado (es un decir) entre guardia y guardia en una oficina militar en la que se hacían escritos pidiendo asignaciones de material de un batallón a otro cuando había maniobras, por ejemplo. Se suponía que la Brunete número 1 era una de las unidades de élite del ejército español, con material flamante y personal especializado. Por encima de mí (que era cabo de aquella) tenía un brigada y un capitán y además había en aquella oficina una serie de tenientes y suboficiales que ejercían labores varias.

Decía que la guerra ésta, al empezar, despertó un ardor patriótico en la mayoría de mis mandos, que se mostraban entusiasmados ante la reconquista emprendida por el ejército argentino. Según pasaron los días, y charlando con alguno de los más accesibles, los componentes de la tropa tratábamos de explicarles que los británicos se iban a comer crudos a los argentinos. “¡Fulano! Escucha lo que dicen estos quintos…!” bramaba uno de ellos. “Reclutas, que seréis toda vuestra vida unos putos reclutas!” “que no tenéis ni idea”. No querían ver las fotos de los periódicos en las que los soldados profesionales británicos iban pegando tiros desplegados en la cubierta de los portaaviones camino del culo del mundo antártico ese. “Si se han gastado en combustible de barcos (sic) el presupuesto de defensa de este año…” se burlaban otros.

Además pensaban que todos los países hispanoamericanos e incluso Estados Unidos, iban a apoyar a Argentina. Recuerdo que le pregunté a uno si se imaginaba a la marina boliviana mandando un submarino a la guerra y me contestó: “¿Por qué no?. Es una cuestión de honra”. Como lo oyen ustedes. Ninguno quería ver en un mapamundi (no necesariamente de Bilbao) que los ingleses tienen repartido por todo el mundo unas islitas cuidadosamente colocadas en medio de todas las aguas; no sabían dónde estaba la isla de Ascensión, ni Santa Elena (a uno le sonaba que Napoleón murió allí -¡bien!) que sirvieron para reabastecer a los barcos que iban a dar leña. Porque la Thatcher fue a dar leña de la buena. Yo veía las fotos de los soldados argentinos, imbuídos del mismo espíritu patrio (ya me entienden), con la misma cara de pardos que teníamos nosotros, vestidos con un uniforme igual de desaliñado (que daba frío en invierno y calor en verano), con su armamento algo más moderno que el nuestro y me los imaginaba muertos de frío en un pozo de tirador o en una trinchera, contándose historias de lo que cortaban los cuchillos que llevaban los gurkas que iban a por ellos. Soldados acogotados por mandos crueles y cobardes, inútiles en el arte de la guerra cuando se trata de combatir contra alguien que no sea un civil desarmado… y me daban pena.

Cuando el día 14 de junio el ejército argentino se rindió, mis mandos se enteraron por la prensa. Las noticias de los días previos o no las habían leído o no las habían procesado. De golpe y porrazo se quedaron sin su aventura. Y uno de ellos, uno de los que yo pensaba era de los más inteligentes soltó, tan tranquilo: “Esto de las Malvinas era una tontería”. Eso, una tontería para entretener a la gente. Igual que la guerra del 36, que la montaron los militares africanistas porque sin guerra y sin muertos no había gloria… ni corría el escalafón y el chusquero no podría haber llegado a coronel, por ejemplo.

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