viernes, 22 de mayo de 2009

Diseñantes

“Diseñantes”

Hoy, como todos los días, he venido a trabajar en metro. Me monto en una estación de la línea 5, hago un transbordo un poco más allá a la 10 y luego sigo mi recorrido por la 6. Variedad que no falte.

Intento hacer este rato lo más ameno posible, así que me engancho a la barra con una mano y con la otra sujeto el libro que devoro (en estos momentos, releo “La niebla y la doncella” de Lorenzo Silva). Pero hete aquí que hay unos vagones en la línea 10 que odio con todas mis ganas: son muy amplios, de color verde; creo que son los de la serie 8.000, que colocan de dos en dos unidades (doble composición, dicen). Tienen el morro larguísimo, así que el espacio interior que se pierde en la zona en la que conectan esas dos unidades es considerable.
Pero es que además, por dentro son incómodos, pese a su amplitud. No hay barras horizontales en altura, sólo hay dos barras verticales en la zona exterior de los asientos y asideros entre cada dos asientos. Es decir, no hay dónde asirse. Me imagino que el iluminado que diseñó esto lo hizo para que nadie se quedase en la puerta, para forzar el paso hacia el interior. Pero cuando en ese “dentro” no hay suficientes asideros, barras, agarraderos o enganches, no tienes (literalmente) dónde sujetarte, así que empiezas a girar (como si tuviésemos sitio para maniobrar a esas horas), intentas apoyar la espalda porque sólo hay asideros para dos manos (contadas) en la zona interior entre asiento y asiento, pero las paredes están ocupadas así que te colocas en precario equilibrio abriendo las piernas para intentar mantener el equilibrio. Igual que tú lo hacen decenas de personas y al final de las pocas barras nos agarramos (o eso intentamos) un montón de gente. Entonces se da el caso de que entre barra y asidero de asiento queda espacio libre (sí, sí, espacio libre en hora punta en un vagón de metro) en el que cabrían fácilmente cuatro o cinco personas, pero si te colocas ahí, no hay manera de evitar sentirte un “tentetieso” que se bambolea de un lado a otro, amenazando con pisar al resto de viajeros. Si encima, quieres ir leyendo, ya os podéis imaginar.

¿Quién diseña estos vagones de metro? Yo os lo diré: alguien que no viaja nunca en ese medio de transporte. ¿Quién diseña las marquesinas de autobús (donde las haya, claro)? Alguien que nunca ha pasado frío en invierno, o se ha cocido en verano esperando al autobús veinte minutos al sol poniente del mes de julio.
Igual nos pasa con todos los –llamémosles- diseñadores, que aislados en su torre de marfil o rodeados de la caterva de pelotas que “trabajan” para ellos, un buen día deciden o diseñan qué es lo mejor para el resto de sus ciudadanos, generalmente sin consultarles a ellos.
Deciden que lo más importante en estos momentos aquí y ahora es (por ejemplo) que las niñas de 16 años puedan abortar sin el permiso de los padres, o hace cuatro años que a la unión entre homosexuales se le llamara “matrimonio”, o anteriormente que lo más de lo más para el futuro y la historia de España fuera apuntarse a la guerra de Iraq hombro con hombro con los ejércitos de Bush y Blair. ¿De verdad estos “grandepensadores” reparan en las consecuencias de sus actos para el resto de seres humanos, como sus vecinos, subordinados…? No, ellos piensan en lo que les interesa a ellos y a los suyos… que generalmente, no somos los que viajamos en metro.

En el sitio en el que trabajo ahora, llegó hace un mes una nueva directora. Ha descubierto la pólvora, la rueda y la electricidad, todo de golpe: ha decidido ahorrar (como decían las abuelas) en el chocolate del loro para ganarse una palmadita en la espalda de quien le ha colocado ahí. Ha decidido que suspende el programa de nuevos lectores en universidades de países “ricos” (Unión Europea, América del Norte y algunos de Oceanía), así que el esfuerzo hecho por esta misma Agencia durante años, abriendo nuevos horizontes a la enseñanza de la cultura y de la lengua española, negociando con universidades, moviendo a las embajadas y demás labores, se va al traste. Los estudiantes ya seleccionados por las universidades extranjeras no saben si van a ir o no (seguro que no), pero es que cada caso es un drama: hay países complicados para los que hay que pedir visado, hay estudiantes que tienen que buscar alojamiento o han pagado una reserva, e incluso tienen que escoger si les sale otro empleo/beca/ayuda.

Lo que decía, el “diseñante” decide una estrategia, o una marquesina o un vagón de metro… y no tiene ni idea de lo que conlleva eso, porque no lo sufre.
¡Así nos va…!

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