
Leí el otro día que "la felicidad en verano es girar la cabeza en la almohada y encontrarla seca". Pues es verdad; me estoy haciendo viejo (o mayor, o agradablemente maduro como el vino que mejora con los años) y cada vez aguanto menos el verano tal y como se entiende. Es decir, tal y como se sufre. Este año he descubierto el Atlántico, con agua fría que te quita la caló, con brisas de verdad y no vendavales norteafricanos, durmiendo tranquilo sin despertarte deshidratado a las 3 de la mañana... estoy por empezar a pasar ampliamente de los tradicionales destinos y dirigirme a poniente en lugar de a levante. Allí iré en invierno, que es más suave; aunque, por otro lado, me gusta la nieve... ¡jolín! ¡soy el espíritu de la contradicción!

La otra, que es un proceso más lento, es la cosecha. Cierto es que la mayoría vivimos en grandes ciudades, pero aquel que tiene un huertecillo, sea en pueblo o sea un tiesto de pimientos en el balcón, sabe a lo que me refiero.

Afortunadamente, tengo donde escaparme y en aquel valle este año, pese a la sequía (o precisamente por eso que para gustos hay colores), no se ha dado nada mal. Cierto es que no hay toneladas de moras como otros años, pero buscándolas y encontrándolas, saben incluso mejor.
Lo de la parra ha sido espectacular: racimos y racimos y venga a comer uvas desde hace dos semanas. Hemos llenado una caja y se han quedado colgados más racimos... a ver si el próximo fin de semana no se han estropeado con las tormentas.
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Sí. Está movida. Pero es que me podía el ansía viva. |
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La lechera tiene más años que yo... |