A vueltas con el cambio /Consideraciones I
Hace unos cuantos años, cuando yo estudiaba geografía y no había ordenadores para procesar tantísimo número y las tablas sobre cualquier cruce de datos se elaboraban con calculadora y una planilla bien organizada, empezó un grupo de especialistas a apuntar la teoría del cambio del clima a nivel mundial.
Los primeros estudios, según nos contaba nuestro profesor, se centraban en los restos que los aviones dejaban en la atmósfera, producto de la condensación de los gases de los motores a reacción por efecto de las bajísimas temperaturas que hay a esas alturas. Se empezaba a apuntar que eso, sumado a la creciente polución atmosférica, fruto sobretodo de los humos industriales y del automóvil, producirían cambios en el clima tal y como lo conocíamos. De hecho, aparte del agujero de la capa de ozono de la Antártida, ya se daban casos de lluvia ácida en países de Europa, como Francia y Alemania que veían como los bosques de la región de los Vosgos y de la Selva Negra respectivamente, eran devastados por la fatídica combinación de la lluvia con los gases provenientes de las industrias (propias y de países vecinos como la entonces Checoeslovaquia). No es la química mi especialidad, pero creo recordar que bajo determinadas condiciones la combinación de la molécula del agua (H2 O), junto al azufre (S) y los diversos óxidos del carbono (monóxidos y dióxidos) pueden acabar formando nada menos que ácido sulfúrico (SO4 H2), que como todo el mundo sabe, no es precisamente saludable. Los bosques se convirtieron en descampados con un montón de troncos pelados, restos de abetos en su mayoría.
Se conocía ya entonces el llamado “efecto isla de calor”, que se explicaba de una manera muy sencilla: si acumulas fuentes de calor en un reducido espacio, la temperatura media de ese espacio aumentará en relación al espacio que lo rodea. Y para muestra un botón: cualquiera que conozca Madrid sabe que hace más frío siempre en la periferia que en el centro y a veces con diferencias considerables: entre el Puente de Segovia y la Puerta del Sol (no llega a cuatro kilómetros) puede haber cinco grados de temperatura de diferencia, lo justo para convertir la nieve en agua.
Yo tengo 47 años con la oposición ganada para 48. Cuando era un crío, en mi casa sólo había una estufa de butano, que se ponía poco y sólo cuando hacía mucho frío. En la calle había pocos (muy pocos) coches y la calefacción central era un lujo de casas de ricos que vivían en el centro. Si eso lo extrapolamos resulta que las emanaciones de calor que entonces salían de Madrid eran muchísimo menores, por lo que tal vez sea verdad que en Madrid hacía más frío hace años, o más exactamente, Madrid emana más calor, el efecto “isla de calor” de la capital es mucho mayor ahora.
Tampoco se puede cuantificar el hecho de “hacer frío”. Si en vez de ir en el coche directamente desde el garaje de tu casa al garaje de la oficina, tienes que esperar quince heladores minutos al autobús (en una marquesina cuyo diseñador jamás espera al autobús en enero), o si tus hijos están en casa calentitos en el sofá tumbados jugando a la consola, no tendrán la sensación que tuvimos la mayoría jugando a la pelota en la dura calle, sin más abrigo que un jersey de lana tejido por nuestra madre o nuestra abuela.El frío, la sensación de frío, forma parte del clima; éste resulta de la combinación de diversos factores, como la temperatura, el régimen de precipitaciones, la altitud, la distancia al mar… Si se altera uno de los factores, el conjunto cambiará.
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