Al poco de que naciera mi primer hijo, se publicó en “El País” una viñeta de Forges en el que se veía un bocadillo con el llanto de un niño (Buahhhhhhhhhhhhh…) y otro en el que un adulto decía “¡Déjale la motosierra al niño, coñes!”.
Es un chiste pero también es una realidad: con tal de que no moleste, al niño se le deja o se le da cualquier cosa. No importa lo ruidosa, molesta o peligrosa que sea: que se calle y no incordie…a los papás, claro. ¡Quién no ha sufrido alguna vez durante un viaje largo (eterno) en tren o en avión las andanzas de un maleducado!
Ojo, que no me quejo de que un crío no me deje dormir porque le estén saliendo los dientes o esté enfermo. Bastante mal lo estará pasando él y sus padres, pero si sus progenitores le mantienen despierto hasta las tantas de la madrugada para que por la mañana no les despierte a ellos, pues eso sí me molesta (sobre todo si no me deja dormir a mí).
La pedagogía moderna ha causado estragos en la juventud actual y no digamos en la venidera. Cualquiera que viva en comunidad (la mayoría) sabe lo que puede significar llamar la atención a un niño de 4 ó 5 años porque esté arrancando hojas, flores o frutos de un arbolillo del jardín de todos; lo más normal es que el niño no entienda lo que le dices, porque no está acostumbrado a que nadie le llame la atención, a que nadie le ponga cortapisas a su actuación, y más si es un extraño, aunque sea un vecino.
Lo segundo y más grave es la reacción de sus padres; ahí puede pasar de todo; “Vd. no vuelva a tocar a mi hijo” te dirán, aunque hayas evitado que el pequeño monstruo se despeñara al foso de la entrada del garaje. Ellos estaban de charla en un banco al sol (o la sombra) y su retoño se encaramaba como si fuese una cabra y tiraba piedras a quien pasaba por debajo.
Vale, de acuerdo, faenas las hemos hecho todos, algunas cuadradas y más en grupo, porque lo que no se le ocurre a uno se le ocurre a otro. De lo que me quejo es de la reacción de los papás. A mí me bastaba con que mi madre me chistase desde la ventana y cualquier persona mayor (mayor que nosotros, los críos) te podía regañar e incluso cogerte de una oreja y llevarte a tu casa para que tus padres tomaran nota de lo que habías hecho. Por la cuenta que traía, más te valía que nadie te tuviera que llamar la atención. En casa se consideraba prueba irrefutable la declaración de un adulto… ya me entienden ustedes.
Es fácil criticar, sobretodo si no tienes ni idea de lo que se está hablando. El escritor Lorenzo Silva, en su libro “La niebla y la doncella” pone en boca de uno de los personajes ( Vila, a la sazón sargento de la Pica) la siguiente reflexión: “Pero creo que para reducir los daños uno debe aceptar que el oficio de padre es algo antipático. Puedes hacerlo con más o con menos dulzura, pero te toca poner límites. Y a la vez, cuidar de no cortarle las alas al polluelo. Se dice fácil”.
Cualquiera que sea padre habrá reconocido en estas frases una de las mayores verdades del universo (bueno, vale, me he pasado) pero es que es así. Protesto contra el papel de papá enrollado que tanto daño ha hecho. Hijo: yo no soy tu amigo, soy tu padre y no puedes hacer todo lo que quieras, siempre que quieras, en cualquier sitio en el que quieras. La vida pone límites, y si no los conoces y no sabes cómo enfrentarte a ellos, te convertirás en un frustrado, lo cual a su vez te llevará a dos opciones: o te quedas acongojonado en un rincón o te conviertes en delincuente porque no se te resista nada ni nadie.
Dice el sargento Vila también: “supuestamente hay un justo medio virtuoso, que consiste en joder al cachorro lo mínimo y proporcionarle las máximas posibilidades de salir a pelear solo, pero ese equilibrio no está siempre tan claro como uno querría.” Efectivamente, los cachorros no vienen con manual de instrucciones y siendo pequeños sí te das cuenta de que el ser humano es racional: aprenden a una velocidad pasmosa, lo bueno y lo malo. Luego, cuando superan la edad agradable y entran en la edad del gamberrete es cuando se nota el poso que deberías haber dejado en ellos: además de expresarse correctamente, deben ser capaces de jugar pero también de parar cuando toque. No puedes andar pidiéndoles por favor durante una hora y media que dejen la consola de marras y se metan en la ducha.
Una vez en un tren Valencia-Madrid presencié la humillación permanente de una madre durante las cinco horas que duraba el trayecto. Se pasó el viaje rogando, suplicando, implorando a un monstruo de no más de 5 años que no gritase, que no la pegase, que no le mordiera, que no se levantara… ¡qué pena! Yo de aquella no tenía hijos, pero ya lo tenía claro: el monstruo de marras habría visitado conmigo el aseo, se habría llevado dos azotes bien dados (sin miradas que me denunciasen, claro) y se habría estado quietecito el resto del camino.
Yo no me considero modelo de nada, ni de padre ni de persona (que tengo más faltas que una pelota rota), pero no voy a dejar que me tiranice nadie, menos un monstruo de pocos años y que encima es mi hijo, así que:
¡Resistámonos, padres! ¡Repetid conmigo!:
- no compraré teléfono móvil al crío hasta que sea estrictamente necesario, no porque lo tengan los de su clase;
- no pondré televisión en la habitación del crío; la tele en común une y enseña a compartir;
- no pondré router inalámbrico para que se vaya con el ordenador portátil a su habitación: el ordenador con horario y en sitio común;
- no compraré versiones superiores de la misma consola por mucha mejora de gráficos o sonidos que tenga. Y si se han pasado ya los juegos, yo todavía voy por la pantalla 3 del de aviones (por ejemplo);
Y además así les enseñaremos que hay que negociar en esto y en todo. Y a veces incluso terminarán victoriosos… porque acabaremos cediendo, ¿verdad?.
¡Me alegra reencontrarte! Leyéndote me he dado cuenta de que echaba de menos estas ideas tuyas :) Un abrazo!
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