Esta es una entrada muy particular, y solamente algunos entenderán el porqué de hacerla. A veces, con los años, uno parece volverse filósofo y relativizar las cosas. Por otro lado, precisamente por causa de la experiencia, uno aprende que cada cual está en su sitio. Se puede vivir nadando y guardando la ropa, se puede vivir lamiendo culos o se puede uno enfrentar a la vida, a los poderosos, a los malos (¿por qué no decirlo?) y por consiguiente llevarse hostias, que te partan la cara y a veces algo más. Pero te vuelves a levantar, aprietas los dientes, te cagas en sus muertos y sigues tirando porque la vida es bella pero es muy dura. Y la esperanza es lo último que se pierde.
Ya sé que hacía muchos años que no jugábamos al ajedrez (nadie como él para mover la reina dándote leñazos y diezmándote tus defensas), pero aún recuerdo que me felicitaste cuando de tres partidas gané una e hicimos tablas en otra. Con el dominó nunca hubo manera...
No se me olvidarán nunca las charlas que teníamos a última hora de la tarde durante tantos veranos, en la que me contabas anécdotas de la guerra. Parece que te estoy viendo colgando mandarinas con un hilo en un arbusto y luego vacilar a los turistas, diciéndoles que probaran, que era un cultivo especial de la zona. Y ya no te digo, las técnicas utilizadas para "disuadir" a perritos mal educados de que aquella calle no era sitio para que vinieran a aliviarse.
Luis Martínez nació en Tabernas, Almería. Con 17 años, se enroló con Durruti y estuvo pegando tiros en la Universitaria de Madrid. Anda que no pasó frío. Después, traicionado como todos los anarquistas, les relegaron a Aragón, para acabar en la batalla del Ebro. Antes de morirse Franco fue él el primero que me contó que al abrir las compuertas del pantano de Mequinenza, las aguas y todo lo que arrastraban se llevaron por delante a cientos de soldados republicanos. Pero eso era algo oculto, que no pegaba con las historias oficiales. Al acabar la guerra, pasó por un batallón disciplinario. Trabajó en la construcción del Bernabéu, ya ves, codo con codo con los que tuvo enfrente en las trincheras. Y en los 60, harto por enésima vez, con tres hijos y la Sra. Matilde, se fue a Francia a trabajar y cambiar de vida. Vivían en la calle de Juan Antón, mira por dónde, a un paso de donde nosotros vivíamos en Madrid.
Mañana le rinden el último homenaje en el cementerio de Saint Maurice de Beynost, no lejos de Lyón. Y como dice su hija pequeña: "Pas d'eglise", que los curas nunca le cayeron bien. ¿Por qué sería...?
Saint Maurice y Madrid están muy lejos, pero estaremos siempre muy cerca, Sr. Luis.
Paqui: gracias por la foto.
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