lunes, 28 de septiembre de 2009

Muelas y porcentajes


Llevo una semana penando culpas que, como casi siempre, no sabemos de dónde ni por qué surgen. Hace dos sábados empecé a sentir un pinchacito en la muela de la fila de abajo, la última a la izquierda. El lunes visité al dentista para que me dijera que tenía una infección de aúpa en las raíces de una muela a la que hace veinte años ya le (me) hicieron una endodoncia. Es decir, por fuera no se veía nada pero por dentro avanzaba el mal. Así que empecé a tomar pastillas para frenar la infección, pastillas para frenar la inflamación y pastillas para mitigar el dolor. No recordaba yo desde que tuve un cólico nefrítico hace 13 años nada que doliera tanto; ¡joder! es que me dolía desde el cerebro hasta el mismísimo centro de mi alma (doquiera se ubique ésta). Era como un punto metálico de longitud infinitaaaa que empezaba en el mismo extremo de la muela mala y que hizo que se me saltasen las lágrimas cada vez que me rozaba esa muela con la de arriba. Incluso encontré humillante tener que llorar de rabia pero es que, de verdad, me dolía como nada en la vida. No me importó llorar delante de mi familia y abría llorado delante de quien fuera. No lo podía soportar. Me cambiaron la medicación, me pusieron algo más fuerte y a sufrir del estómago a partir de entonces. Ya sa sabe, lo que es bueno para el bazo, es malo para el espinazo. Me surge la duda de en qué porcentaje hay que ajustar los diversos componentes de los productos para que sean efectivos contra el mal que se persigue sin fastidiar demasiado al resto del vecindario: los antiinflamatorios fastidian el estómago pero son necesarios para que el flemón no me haga parecer Vito Corleone (al cual, modestia aparte, imito bastante bien). Así debe haber pensado el lumbrera que nos acaba de subir el IVA al 18%, para que los más ricos paguemos más que los más pobres. Fabulosa idea que se suma además a la de la solidaridad. Solidaridad es lo mío: he trabajado como asalariado durante casi veinte años; he estado un año de autónomo y como he sido autónomo cuando he caído en el paro, me dice el INEM que me den morcilla... la solidaridad, siempre para los demás. Cuando he necesitado algo público me lo han negado (sigo un año después sin saber en qué consiste la ayuda que mi madre -fallecida en junio- tenía concedida por la gloriosa Comunidad de Madrid en octubre del año 2008), me han negado becas para libros año tras año. Ahora pagaré por cada producto un dos por ciento más; ¿a quién de vosotros le ha subido el sueldo un dos por ciento de golpe y porrazo? Claro, luego me cabreo cuando veo que a mi mujer le retienen más del 26% del sueldo. Será porque somos ricos...


Aviso a la SGAE que iba a haber puesto una foto de mi boca hecha con mi teléfono, pero era sencillamente asquerosa... ¡ajjjjj! No obstante, si algún valiente la quiere ver, que me escriba y se la mando... jejeje


gracias.

martes, 15 de septiembre de 2009

Pedazo de verano


Hace unos cuantos años (camino de 20) trabajaba yo en una conocida agencia de prensa en cuya sede central había corresponsales de las televisiones autonómicas, todas ellas recién nacidas. Uno de los corresponsales de Canal Sur, que tenía una mala leche y un sentido del humor extraordinarios, se iba de vacaciones en septiembre (como hacía yo hasta que tuve hijos) y dejaba preparados para los compañeros que regresaban de vacaciones entrevistas con psicólogos y temas referidos a “la vuelta al cole”, y que los cursis pretenden ahora que llamemos “síndrome posvacacional”. Y un cuerno. Todos sabemos lo que significa volver a currar, volver a clase. Yo particularmente recuerdo con pánico el mal cuerpo que se me ponía tras las vacaciones de Navidad; ese maldito día 8 de enero en el que tenías que volver y dejar tus juguetes con los que sólo habías jugado dos días. Papá Noel llegó con la democracia, y con los modernos que siguieron los dictados de El Corte Inglés (ya se sabe, la Navidad es invento suyo…) y también mis hijos pueden jugar con algún juguete desde el día 25 de diciembre.
Pero volver en otoño para un curso nuevo era un cierto alivio. Lo digo convencido: reencontrar a algunos colegas era agradable (a otros no, claro). Y sobretodo romper la monotonía en la que se convertía para algunos que aprobábamos todo (cosa que ahora, por cierto, es algo extraordinario) ese laaaaargo verano. Desde que me daban las notas en junio (a mediados) hasta el comienzo de las primeras clases (generalmente, después del Pilar) el veraaaaano era laaaaargo, con mucho montar en bici, tontear con las francesas o bucear buscando pulpos. Esos veranos los recuerdo con cariño y nostalgia, pero jopé!, lo largo que se me hacía septiembre, viendo cambiar el tiempo y viendo la playa vacía, sin colegas, sin gabachas y sin sol, que las tormentas en el Levante son de las que arrastran puentes.
Este año he vuelto con la hora pegada al culo. Sí, como lo leen Vds. Volví el pasado domingo por la tarde, y mis hijos han pasado del taparrabos y andar descalzos casi todo el día a embutirse en el uniforme y los zapatos del cole.
Yo vuelvo a las andadas: corroboro día tras día, que el curro está , pero que mal, y que con 48 años no me quieren ni para contestar el teléfono. ¿Alguien sabe de algún empleo? Con tres meses me conformo, de verdad.
Así que ahora a recortar gastos, que el único grifo que surte la economía familiar es el de mi mujer, que los autónomos no tienen derecho a paro.
Eso sí, me apunté a primeros de agosto al desempleo, y no precisamente por fastidiar las estadísticas al gobierno. A lo mejor me llaman del INEM. Yo es que siempre he sido optimista…
La caña que sale en mi foto es mía, la he hecho yo con mi cámara y la publico en mi blog. No pienso pagar a la SGAE y no pienso denunciar a quien la use. Igualito que el que ha registrado el "A por ellos, oé..." ¡Gentuza!